miércoles, 3 de junio de 2009

El Corazón de Jesús y los primeros viernes

Una humilde religiosa, Santa Margarita Alacoque, del monasterio de Paray –le- Monail (Francia),
fue confidente de una serie de revelaciones y promesas por parte de Nuestro Señor Jesucristo, vinculadas a la devoción a su Sagrado Corazón, tan ultrajado por los hombres. Entre las promesas la más conocida es la llamada también Gran Promesa que se refiere a la práctica de los primeros viernes. Jesús le reveló esta promesa a la Santa en el año 1688.


 

He aquí su texto tal como lo reprodujo el Papa Benedicto XV en la Bula de Canonización de Santa Margarita (1920)   El Señor Jesús se dignó dirigir estas palabras a su fiel esposa:   « Te prometo, en una efusión misericordiosa de mi Corazón, que el omnipotente amor de mi Corazón concederá el beneficio de la penitencia final a los que por nueve meses seguidos, se acerquen a la Sagrada Mesa los primeros viernes de cada mes:No morirán en mi desgracia ni sin recibir los Santos Sacramentos; y, en aquellos últimos momentos, mi Corazón les será asilo seguro».    He aquí algunas consideraciones en torno a esta Gran Promesa:


 

1-) La perseverancia final es una gracia que sólo se puede impetrar con la oración.  Para alcanzar la salvación es absolutamente necesario que el hombre, en el momento de la muerte, se encuentre en gracias, es decir en estado de amistad con Dios, que participe de la vida divina. Esta gracia se llama don de la perseverancia final.   La realización de esta feliz circunstancia –de que la muerte venga cuando estemos  en gracia de Dios- depende sólo de la libre voluntad y misericordia de Dios, por lo cual es un  «gran don», como lo llama el Concilio  Tridentino (1546).   Nadie puede estrictamente merecer este don supremo, pero todos podemos impetrarlo infaliblemente con al oración confiada, humilde y perseverante. Por lo cual la Iglesia pide sin cesar en sus oraciones litúrgicas esta gracia para todos su hijos y exhorta a los fieles a que la imploren en sus oraciones.


 

2-)  ¿ Qué asegura la Gran Promesa?  La Gran Promesa nos asegura nada menos que esta gracia, la máxima que se le puede conceder a un hombre en esta vida: es decir la muerte en estado de amistad con Dios y con ello la eterna salvación.  Cuatro cosas expresan la magnitud de la Gran Promesa:    - «Concederé la gracia de la perseverancia final», o sea el no morir en pecado mortal, sino en estado de gracia de Dios.   - « No morirán en mi desgracia», los que cumplieren las condiciones de la Gran Promesa.   - «Ni sin recibir los sacramentos», si les fueren necesarios para salvarse.


 

El recibir los santos sacramentos e la hora de la muerte propiamente no es una promesa absoluta, sino condicional: depende del estado de gracia o de pecado en que se encuentre el moribundo y de lo que Dios determine en sus inescrutables designios.   Pues el pecador puede  recobrar la gracia santificante también con un acto de contrición o caridad perfecta, en cuyo caso no le es absolutamente necesario el sacramento de la Confesión. Pero si el pecador necesita este sacramento o el de la Unción para salvarse, la Gran Promesa le garantiza su válida y fructuosa recepción.   - « Mi Corazón les será asilo seguro en aquella última hora». Es otro modo en que Jesús da la seguridad a sus devotos de obtener una buena muerte.


 

En la Gran Promesa no se promete que hecha una o más veces la práctica devota de los primeros viernes, ya no volverá a pecar gravemente y así perder la amistad de Dios.  Lo que nos asegura es la gracia de no morir en pecado grave, si hemos tenido la desgracia de vivir algún tiempo en él. Se nos promete pues el estado de gracia para el momento decisivo de nuestro traspaso del tiempo a la eternidad.

3-) Las condiciones requeridas para ser partícipe de la Gran promesa.    La condición expresamente requerida para que se cumpla la Gran Promesa es que se reciba la comunión digna (no sacrílega, es decir recibida conscientemente en estado de pecado grave). Tiene que ser la comunión en los viernes de nueve meses consecutivos. Deben ser nueve y no menos.    Además tienen que ser comuniones y no pueden ser suplidas por otras buenas como Rosarios, Vía crucis, etcétera. Tiene que ser recibida la comunión los primero viernes: viernes es el día en que se recuerda y revive la pasión del Señor que nos amó y se entregó a sí mismo a la muerte por nuestra redención.    Estas comuniones, como se deduce del contexto de las revelaciones hechas a Santa Margarita, deben ser hechas con la intención –que puede ser hecha de una vez para siempre- propia al culto al Sagrado Corazón de Jesús que es «el culto de amor con el cual Dios nos ha amado por medio de Jesús y es  al mismo tiempo la práctica de nuestro amor a Dios y a los hombres» (Encíclica de Pío XII sobre el Sagrado Corazón, n 70).    La comunión se hace, en cuanto es posible (no es una condición indispensable) dentro la Misa. Esto corresponde mejor a la Liturgia y también a la mente de Santa Margarita que en una de sus cartas escribe: «Este amable Corazón... quiere que recurran a Él con gran confianza y me parece que no hay medio más eficaz para obtener lo que se pide que el Sacrificio de la Misa». Y en nuestro caso se trata de pedir nada menos que el gran don de la perseverancia.


 

4-)  Las condiciones que empeñan a fondo los fieles.    Para que el cristiano pueda cumplir las condiciones indicadas necesita una gran dosis de buena voluntad y de espíritu de sacrificio.    - En efecto, la Comunión no está prescrita en domingo o fiesta de precepto, cuando ya de suyo hay obligación de asistir a Misa y por lo tanto es también más fácil acercarse a la comunión. Está prescrita más bien en un día de trabajo y éste no está dejado a la libre elección del fiel, sino que está establecido en concreto: un viernes. Por lo tanto un día hábil en que uno ordinariamente trabaja (en la fábrica, en el campo, en la oficina, o en la escuela).    - Además, no en cualquier viernes, sino en el primero del mes- que no cae tampoco siempre en el mismo día, sino que varía  todos los meses- y esto durante nueve meses consecutivos.      Estas diminutas prescripciones, si por un lado representan cierta dificultad, traen también las ventajas en orden a las fructuosa recepción del sacramento.    Suponen en el fiel el deseo sincero de la Comunión, la atención al determinado día; requieren cierto sacrificio para poder acercarse a la Comunión un día de trabajo..., etcétera – circunstancia que ayudan a crear las buenas disposiciones en la persona.      Y se sabe que la gracia se otorga «según la medida que el Espíritu Santo la da a cada uno y según la cooperación de los hombres» (Concilio Tridentino).

5-) La Gran Promesa se entiende en el contexto del culto al Sagrado Corazón de Jesús.   La Gran Promesa se debe considerar como una cosa aislada, sin ninguna relación y conexión con el culto al Corazón del Redentor, sino más bien como una expresión de este culto que en definitiva es «la profesión práctica más completa de la religión cristiana « (Encíclica del Pío XII, n 69).

Se debe tener por lo tanto la confianza de que aquellos que han cumplido con rectitud las circunstancias para las comuniones de los primeros viernes, recibirán del omnipotente amor y misericordia infinita de Jesús las gracias necesarias para que puedan vivir la auténtica vida cristiana como la quiere el genuino culto al Sagrado Corazón de Jesús; o de todos modos que se cumpla en ellos el plan de salvación establecido por Dios hasta no poner obstáculos al último y grandioso gesto de la misericordia de su Corazón cual es el don de la perseverancia final.

Nótese que la práctica de los primeros viernes, precisamente porque deben ser  hechos en el contexto del culto al Corazón de Jesús, llevará a lo que es esencial en el Culto al Corazón de Jesús: la consagración y la reparación. (Encíclica de Pío XII n. 75).   Con la consagración queremos dar a nosotros mismos y todas nuestras cosas al Señor reconociendo de esta manera que todo lo hemos recibido de Él y que a su servicio deben ser encaminadas.   Con la reparación y expiación de los pecados propios y ajenos nos ayudamos mutuamente en el camino que conduce al Padre Celestial y participamos también en la expiación de Cristo.

Así en la Liturgia del Corazón de Jesús se pide que nuestra ofrenda resulte agradable para la reparación de los pecados.


 



 

Oración que puede decirse después de cada una de las comuniones de los nueve primeros viernes

Jesús mío dulcísimo, que en vuestra infinita y dulcísima misericordia prometiste la gracia de la perseverancia final a los que comulgaren en honra de vuestro Sagrado Corazón nueve primeros viernes de mes seguidos: acordaos de esta promesa, y a mí, indigno siervo vuestro, que acabo de recibiros sacramentado con este fin e intención, concededme que muera  detestando todos mis pecados, creyendo en vos con fe viva, esperando en vuestra inefable misericordia y amando la bondad de vuestro amantísimo Corazón. Amén

Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo:  tened piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, rico con todos los que os invocan: tened piedad de nosotros .


 

Corazón de Jesús, esperanza de los que mueren en Vos:  tened piedad de nosotros

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