jueves, 3 de diciembre de 2009

MENSAJE PARA LA JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2010

EWTN.com - MENSAJE PARA LA JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2010


CIUDAD DEL VATICANO, 3 DIC 2009 (VIS).-Hoy se hizo público el mensaje del Papa con motivo de la XVIII Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará el 11 de febrero de 2010, memoria de Nuestra Señora de Lourdes, en la basílica vaticana.


Al recordar que este año coincide con el XXV aniversario de la institución del Pontificio Consejo para la Pastoral Sanitaria, el Santo Padre expresa el deseo de que este hecho “sea una ocasión para un empuje apostólico más generoso al servicio de los enfermos y de los que cuidan de ellos”.


“El sufrimiento humano obtiene sentido y plenitud de luz en el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo”, escribe Benedicto XVI. “El Señor Jesús, en la Última Cena, antes de volver al Padre, lavó los pies a los apóstoles, anticipando el supremo acto de amor de la Cruz. Con este gesto invitó a sus discípulos a entrar en su misma lógica del amor que se dona especialmente a los más pequeños y necesitados. Siguiendo su ejemplo, cada cristiano está llamado a revivir, en contextos distintos y siempre nuevos, la parábola del Buen Samaritano”.


El Papa escribe que Jesús “nos exhorta a curar las heridas del cuerpo y del espíritu de tantos hermanos y hermanas nuestros que encontramos por las vías del mundo; nos ayuda a comprender que, con la gracia de Dios acogida y vivida cotidianamente, la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento puede ser una escuela de esperanza”.


“En el actual momento histórico-cultural -continúa- se advierte aún más la exigencia de una presencia eclesial atenta y extensa junto a los enfermos, así como una presencia en la sociedad capaz de transmitir de manera eficaz los valores evangélicos que tutelen la vida humana en todas las etapas, desde su concepción hasta su fin natural”.


El Santo Padre agradece “de todo corazón a las personas que cada día “realizan un servicio a los que están enfermos y los que sufren, con el fin de que el apostolado de la misericordia de Dios, al que se dedican, responda cada vez mejor a las nuevas exigencias”.


En este Año Sacerdotal, Benedicto XVI se dirige a los presbíteros, “ministros de los enfermos”, “signo e instrumento de la compasión de Cristo, que debe llegar a cada ser humano marcado por el sufrimiento”. En este contexto, invita a los sacerdotes a “no ahorrar energías en procurarles atención y consuelo. El tiempo transcurrido junto a quien sufre es fecundo de gracia para todas las otras dimensiones de la pastoral”.


“Me dirijo finalmente a vosotros, queridos enfermos -concluye-, y os pido que recéis y ofrezcáis vuestros sufrimientos por los sacerdotes, para que puedan mantenerse fieles a su vocación y su ministerio sea rico de frutos espirituales, en beneficio de toda la Iglesia”.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

¿Eres realmente católico?

Un pequeño test:

1. ¿Quiero ser Santo?

2. ¿Voy a misa por obligación todos los domingos?

3. ¿Voy a permitir que mis hijos elijan libremente su religión, no quiero influenciarlos?

4. ¿Creo que la veneración a la Virgen es algo secundario y algo pasado de moda?

Si a la primera pregunta respondiste no, o las siguientes si es que no eres católico; así de fuerte, así de simple. Nuestro señor es un Dios radical e intenso, no le gustan las medias tintas, (porque no eres ni frio ni caliente te vomito de mi boca; si no estás conmigo estás contra mí), Es todo misericordia y amor pero es valiente y decidido, y no pide a nosotros eso mismo, ser valientes, enfrentar al mundo; si, parafraseando a un grupo musical, nunca quedas mal con nadie es que no has tomado la cruz de Cristo y no eres un católico de verdad.

¿Quiero ser santo?

Es una pregunta seria, ¿Realmente quiero ser Santo? En otras palabras, ¿quiero entrar al paraíso, por la puerta ancha? Nuestro Señor murió para que todos seamos santos, pero exige una respuesta de nuestra parte, todos aquellos que nos precedieron y que veneramos como Santos, tomaron la opción, la mayor parte de ellos movidos por el amor a este Varón de dolores. La Santidad es una opción que uno puede aceptar o rechazar, si bien la gracia gratuita de Dios se manifestó en estos grandes santos ellos la pidieron y la recibieron conscientemente, muchas veces en contra de familias, amigos, poderes etc. Para ser Santo no hay que merecerlo ni hay que ser predestinado, todos fuimos elegidos, la Sangre de Cristo se derramó por todos, y está en nosotros aceptar el plan salvífico. Si soy católico es porque ¡Si!, quiero ser santo, (similar es que si entré a la universidad es porque quería ser profesional y puse mis esfuerzos en esta meta), si no quiero ser santo estoy mintiéndome a mí mismo yendo a la iglesia.

¿Voy a misa por obligación?

Debo reconocer que esta es una pregunta capciosa, buscaba un Sí…. Sí, es mi obligación ir a misa todos los domingos; si yo le preguntara a un enamorado ¿es tu obligación ir a ver a tu novia? diría no, es mi necesidad; lo mismo un alma enamorada de Cristo, mi alma tiene sed de ti… no es obligación ir a misa, es el centro de mi vida, para eso me preparo en la semana y la misa me envía a vivir la semana para Cristo. La eucaristía es el motor de la vida de un católico de verdad, si voy por obligación quiere decir que estoy recién partiendo, y me falta profundizar en el principal mandamiento… Ama a Dios sobre todas las cosas.

¿Voy a permitir que mis hijos elijan libremente su religión, no quiero influenciarlos?

Esta es una pregunta que nos enfrenta a la cultura predominante actual, lo políticamente correcto, en esta sociedad de “libertades”, es permitir que cada uno elija su camino, en esta sociedad de relativismo es que si las creencias de cada uno no interfieren con el otro da lo mismo ser creyente o no; ser católico, ateo, evangélico o testigo de Jehová es indiferente si soy una “buena persona”. En cambio si yo soy un convencido de que Cristo es el camino, la verdad y la vida voy a tratar de ganar las mayor cantidad de almas para Cristo, porque es mi deber de caridad; si estoy realmente convencido de que el camino de la salvación es lo mejor que me puede haber pasado voy a luchar porque mis hijos lo elijan, es por demás lo que prometimos al momento de bautizarlos. Esa opción de decir “yo soy creyente pero no bautizo a mis niños para que ellos elijan su camino” ¿no significará que mis creencias no son tales y es solo un continuar con tradiciones que no me han calado y que no son más que ceremonias sin sentido que tranquilizan mi conciencia?

¿Creo que la veneración a la Virgen es algo secundario y algo pasado de moda?

No se puede ser Católico si no se ama a María, ella es el camino más directo a Cristo, ciertamente somos cristianos como gran denominación, pero si amo a Cristo y no a su madre no puedo decirme católico. María es la mayor de las creaturas de nuestro Señor, ella con su sí valeroso y decidido nos regaló a Jesús y ese solo hecho bastaría para amarla y agradecerle de todo corazón. Pero por otro lado los católicos creemos en la comunión de los Santos, y tenemos una gran admiración de aquellos que ya están en presencia del Señor y que son capaces de interceder por nuestra Salvación, con cuánta más razón y fuerza puede interceder por nosotros la madre terrenal de nuestro salvador. El culto de veneración a María es cristocéntrico, su maternidad es su fuerza y ella media las gracias que su hijo concede, es el camino más seguro a Jesús, el redentor, y sus ultimas palabras en el evangelio revelan cual es su mensaje “hagan lo que Él les diga”

Al señor Jesucristo todo honor y gloria.

miércoles, 3 de junio de 2009

El Corazón de Jesús y los primeros viernes

Una humilde religiosa, Santa Margarita Alacoque, del monasterio de Paray –le- Monail (Francia),
fue confidente de una serie de revelaciones y promesas por parte de Nuestro Señor Jesucristo, vinculadas a la devoción a su Sagrado Corazón, tan ultrajado por los hombres. Entre las promesas la más conocida es la llamada también Gran Promesa que se refiere a la práctica de los primeros viernes. Jesús le reveló esta promesa a la Santa en el año 1688.


 

He aquí su texto tal como lo reprodujo el Papa Benedicto XV en la Bula de Canonización de Santa Margarita (1920)   El Señor Jesús se dignó dirigir estas palabras a su fiel esposa:   « Te prometo, en una efusión misericordiosa de mi Corazón, que el omnipotente amor de mi Corazón concederá el beneficio de la penitencia final a los que por nueve meses seguidos, se acerquen a la Sagrada Mesa los primeros viernes de cada mes:No morirán en mi desgracia ni sin recibir los Santos Sacramentos; y, en aquellos últimos momentos, mi Corazón les será asilo seguro».    He aquí algunas consideraciones en torno a esta Gran Promesa:


 

1-) La perseverancia final es una gracia que sólo se puede impetrar con la oración.  Para alcanzar la salvación es absolutamente necesario que el hombre, en el momento de la muerte, se encuentre en gracias, es decir en estado de amistad con Dios, que participe de la vida divina. Esta gracia se llama don de la perseverancia final.   La realización de esta feliz circunstancia –de que la muerte venga cuando estemos  en gracia de Dios- depende sólo de la libre voluntad y misericordia de Dios, por lo cual es un  «gran don», como lo llama el Concilio  Tridentino (1546).   Nadie puede estrictamente merecer este don supremo, pero todos podemos impetrarlo infaliblemente con al oración confiada, humilde y perseverante. Por lo cual la Iglesia pide sin cesar en sus oraciones litúrgicas esta gracia para todos su hijos y exhorta a los fieles a que la imploren en sus oraciones.


 

2-)  ¿ Qué asegura la Gran Promesa?  La Gran Promesa nos asegura nada menos que esta gracia, la máxima que se le puede conceder a un hombre en esta vida: es decir la muerte en estado de amistad con Dios y con ello la eterna salvación.  Cuatro cosas expresan la magnitud de la Gran Promesa:    - «Concederé la gracia de la perseverancia final», o sea el no morir en pecado mortal, sino en estado de gracia de Dios.   - « No morirán en mi desgracia», los que cumplieren las condiciones de la Gran Promesa.   - «Ni sin recibir los sacramentos», si les fueren necesarios para salvarse.


 

El recibir los santos sacramentos e la hora de la muerte propiamente no es una promesa absoluta, sino condicional: depende del estado de gracia o de pecado en que se encuentre el moribundo y de lo que Dios determine en sus inescrutables designios.   Pues el pecador puede  recobrar la gracia santificante también con un acto de contrición o caridad perfecta, en cuyo caso no le es absolutamente necesario el sacramento de la Confesión. Pero si el pecador necesita este sacramento o el de la Unción para salvarse, la Gran Promesa le garantiza su válida y fructuosa recepción.   - « Mi Corazón les será asilo seguro en aquella última hora». Es otro modo en que Jesús da la seguridad a sus devotos de obtener una buena muerte.


 

En la Gran Promesa no se promete que hecha una o más veces la práctica devota de los primeros viernes, ya no volverá a pecar gravemente y así perder la amistad de Dios.  Lo que nos asegura es la gracia de no morir en pecado grave, si hemos tenido la desgracia de vivir algún tiempo en él. Se nos promete pues el estado de gracia para el momento decisivo de nuestro traspaso del tiempo a la eternidad.

3-) Las condiciones requeridas para ser partícipe de la Gran promesa.    La condición expresamente requerida para que se cumpla la Gran Promesa es que se reciba la comunión digna (no sacrílega, es decir recibida conscientemente en estado de pecado grave). Tiene que ser la comunión en los viernes de nueve meses consecutivos. Deben ser nueve y no menos.    Además tienen que ser comuniones y no pueden ser suplidas por otras buenas como Rosarios, Vía crucis, etcétera. Tiene que ser recibida la comunión los primero viernes: viernes es el día en que se recuerda y revive la pasión del Señor que nos amó y se entregó a sí mismo a la muerte por nuestra redención.    Estas comuniones, como se deduce del contexto de las revelaciones hechas a Santa Margarita, deben ser hechas con la intención –que puede ser hecha de una vez para siempre- propia al culto al Sagrado Corazón de Jesús que es «el culto de amor con el cual Dios nos ha amado por medio de Jesús y es  al mismo tiempo la práctica de nuestro amor a Dios y a los hombres» (Encíclica de Pío XII sobre el Sagrado Corazón, n 70).    La comunión se hace, en cuanto es posible (no es una condición indispensable) dentro la Misa. Esto corresponde mejor a la Liturgia y también a la mente de Santa Margarita que en una de sus cartas escribe: «Este amable Corazón... quiere que recurran a Él con gran confianza y me parece que no hay medio más eficaz para obtener lo que se pide que el Sacrificio de la Misa». Y en nuestro caso se trata de pedir nada menos que el gran don de la perseverancia.


 

4-)  Las condiciones que empeñan a fondo los fieles.    Para que el cristiano pueda cumplir las condiciones indicadas necesita una gran dosis de buena voluntad y de espíritu de sacrificio.    - En efecto, la Comunión no está prescrita en domingo o fiesta de precepto, cuando ya de suyo hay obligación de asistir a Misa y por lo tanto es también más fácil acercarse a la comunión. Está prescrita más bien en un día de trabajo y éste no está dejado a la libre elección del fiel, sino que está establecido en concreto: un viernes. Por lo tanto un día hábil en que uno ordinariamente trabaja (en la fábrica, en el campo, en la oficina, o en la escuela).    - Además, no en cualquier viernes, sino en el primero del mes- que no cae tampoco siempre en el mismo día, sino que varía  todos los meses- y esto durante nueve meses consecutivos.      Estas diminutas prescripciones, si por un lado representan cierta dificultad, traen también las ventajas en orden a las fructuosa recepción del sacramento.    Suponen en el fiel el deseo sincero de la Comunión, la atención al determinado día; requieren cierto sacrificio para poder acercarse a la Comunión un día de trabajo..., etcétera – circunstancia que ayudan a crear las buenas disposiciones en la persona.      Y se sabe que la gracia se otorga «según la medida que el Espíritu Santo la da a cada uno y según la cooperación de los hombres» (Concilio Tridentino).

5-) La Gran Promesa se entiende en el contexto del culto al Sagrado Corazón de Jesús.   La Gran Promesa se debe considerar como una cosa aislada, sin ninguna relación y conexión con el culto al Corazón del Redentor, sino más bien como una expresión de este culto que en definitiva es «la profesión práctica más completa de la religión cristiana « (Encíclica del Pío XII, n 69).

Se debe tener por lo tanto la confianza de que aquellos que han cumplido con rectitud las circunstancias para las comuniones de los primeros viernes, recibirán del omnipotente amor y misericordia infinita de Jesús las gracias necesarias para que puedan vivir la auténtica vida cristiana como la quiere el genuino culto al Sagrado Corazón de Jesús; o de todos modos que se cumpla en ellos el plan de salvación establecido por Dios hasta no poner obstáculos al último y grandioso gesto de la misericordia de su Corazón cual es el don de la perseverancia final.

Nótese que la práctica de los primeros viernes, precisamente porque deben ser  hechos en el contexto del culto al Corazón de Jesús, llevará a lo que es esencial en el Culto al Corazón de Jesús: la consagración y la reparación. (Encíclica de Pío XII n. 75).   Con la consagración queremos dar a nosotros mismos y todas nuestras cosas al Señor reconociendo de esta manera que todo lo hemos recibido de Él y que a su servicio deben ser encaminadas.   Con la reparación y expiación de los pecados propios y ajenos nos ayudamos mutuamente en el camino que conduce al Padre Celestial y participamos también en la expiación de Cristo.

Así en la Liturgia del Corazón de Jesús se pide que nuestra ofrenda resulte agradable para la reparación de los pecados.


 



 

Oración que puede decirse después de cada una de las comuniones de los nueve primeros viernes

Jesús mío dulcísimo, que en vuestra infinita y dulcísima misericordia prometiste la gracia de la perseverancia final a los que comulgaren en honra de vuestro Sagrado Corazón nueve primeros viernes de mes seguidos: acordaos de esta promesa, y a mí, indigno siervo vuestro, que acabo de recibiros sacramentado con este fin e intención, concededme que muera  detestando todos mis pecados, creyendo en vos con fe viva, esperando en vuestra inefable misericordia y amando la bondad de vuestro amantísimo Corazón. Amén

Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo:  tened piedad de nosotros.

Corazón de Jesús, rico con todos los que os invocan: tened piedad de nosotros .


 

Corazón de Jesús, esperanza de los que mueren en Vos:  tened piedad de nosotros

viernes, 8 de mayo de 2009

¿Qué hacer ante la homosexualidad?

¿Qué hacer ante la homosexualidad?

Fuente: Interrogantes.net
Autor: Alfonso Aguiló

Oirás muchas verdades
que llaman consoladoras;
pero la verdad libera primero
y consuela después.
Georges Bernanos



Pienso que cualquiera que haya conocido un poco de cerca el drama que muchas veces rodea la vida de una persona homosexual, siente a partir de entonces una comprensión y un aprecio muy especial por esas personas. Cuando se comprende un poco mejor la realidad de su sufrimiento, dejan de hacer gracia las bromas que algunos gastan sobre este asunto, y más bien producen un profundo desagrado.

Muchos de ellos desean un cambio, y la idea de que no puede haberlo suele responder más a una reivindicación de grupo que a una realidad orgánica o fisiológica. Hay abundante experiencia de que quienes lo han logrado. Así lo asegura, por ejemplo, el psicólogo holandés Gerard van der Aardweg, sobre la base de una experiencia clínica de veinte años de estudios sobre personas que estaban en esa situación y deseaban salir de ella.

Aardweg insiste en que el homosexual tiene también instintos heterosexuales, pero que suelen ser bloqueados por su convencimiento homosexual. Por eso, la mayor parte de los pacientes que lo desean verdaderamente y se esfuerzan con constancia, cambian en uno o dos años, y poco a poco disminuyen o desaparecen sus preocupaciones, aumentan su alegría de vivir y su sensación general de bienestar. Algunos acaban por ser totalmente heterosexuales; otros tienen episódicas atracciones homosexuales, que son cada vez menos frecuentes conforme toma fuerza en ellos una afectividad heterosexual.

La Iglesia Católica les pide que vivan la castidad, exactamente igual que se lo pide a todas las personas heterosexuales que no están casadas.

—Hay cierto debate sobre si es o no una enfermedad, pero está claro que no figura en el catálogo mundial de enfermedades mentales.

En 1973 la homosexualidad fue extraída del “Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders” (DSM), pero hay que decir que aquello constituyó uno de los episodios más oscuros de los anales de la medicina moderna. Fue relatado ampliamente por uno de sus protagonistas, Ronald Bayer, conocido simpatizante de la causa gay, y es un buen ejemplo de cómo la militancia política puede llegar a interferir y alterar el discurso científico. Durante los años previos a esa decisión se sucedieron repetidos intentos de influir en los congresos de psiquiatría mediante insultos, amenazas, boicots y otros modos de presión por parte de de activistas gays. El obstruccionismo a las exposiciones de los psiquiatras fue en aumento hasta llegar a tomar la forma de una auténtica declaración de guerra. La victoria final fue para el lobby gay, aunque hay que decir que, a pesar de las presiones, la aprobación de la exclusión de la homosexualidad del DSM no obtuvo más que el 58 % de los votos. Era una mayoría cualificada para una decisión política, pero desde luego bastante débil para dar por zanjado un análisis científico de un problema médico. Se piense lo que se piense al respecto –y la falta de unanimidad médica debería ser una buena razón para optar por la prudencia en cuanto a las opiniones tajantes–, la verdad es que la controvertida decisión final estuvo más basada en la acción política que en una consideración científica.


¿Es o no una enfermedad?

«Fui homosexual activo durante veintiún años, hasta que me convencí de la necesidad de cambiar –explicaba Noel B. Mosen en una carta publicada en la revista New Zealandia.

»Con la ayuda de Dios, lo conseguí. Ahora llevo seis años felizmente casado y no experimento ninguno de los deseos homosexuales que antes dominaban mi vida. En todo el mundo son miles las personas que han cambiado, igual que yo.

»Es falso que se haya probado la existencia de un gen que determine la homosexualidad. Si los genes fueran determinantes, cuando uno de dos gemelos fuera homosexual, también el otro tendría que serlo; pero no ocurre así.

»Además, si la orientación sexual estuviera genéticamente determinada, no habría posibilidad de cambiar; pero conocidos expertos en sexología como D. J. West, M. Nichols o L. J. Hatterer, han descrito muchos casos de homosexuales que se convierten en heterosexuales de modo completamente espontáneo, sin presiones ni ayuda de ninguna clase.

»Mi experiencia es que la homosexualidad no es una condición estable ni satisfactoria. No es libertad: es una adicción emocional.»

En las últimas décadas, sin embargo, se ha impuesto una especie de férrea censura social que tacha de intolerante todo lo que contradiga la pretensión de normalidad defendida por determinados grupos homosexuales muy activos. Estos grupos de influencia presentan el estilo de vida homosexual de modo casi idílico. Transcribo, por el contrario, un testimonio publicado no hace mucho en El Semanal. «Leí la entrevista que salió en el número 656 de su revista el pasado 21 de mayo. Si ese chico es feliz viviendo su homosexualidad, pues me alegro. No quiero ahora valorar la homosexualidad ni a quienes la practican. Tan solo quiero dar mi testimonio por si a alguien le sirve. He vivido mi homosexualidad durante unos diez años. He sufrido constantes angustias, infidelidades, traiciones y celos. Desde hace un año he cortado con esas relaciones y procuro salir con chicas y cambiar de ambiente. Cada vez me encuentro más feliz y no quiero caer en los errores pasados. Creo considerarme un ex gay. Aviso a navegantes: ¡ser gay no es tan rosa como lo pintan!»


No es una simple cuestión de palabras

La correcta comprensión de este asunto no es una cuestión de simples precisiones académicas o terminológicas. Acertar en esto representa una cuestión importante para bastantes personas que viven condicionadas por el viejo dogma de que la homosexualidad es algo innato, inmutable y extendidísimo.

No es extraño que un adolescente sienta unas leves tendencias homosexuales durante el desarrollo de la pubertad, habitualmente de modo pasajero y que pronto disminuyen. Pero si a esa chica o ese chico se le ha hecho creer que la homosexualidad es de origen genético, y que es algo permanente e inexorable, esa idea puede provocar que ese adolescente convierta una sencilla y circunstancial cuestión en una profunda crisis de identidad sexual.

Afirmar que las personas con inclinaciones homosexuales no pueden sino actuar según esas inclinaciones, supondría negar a esas personas lo más específicamente humano, que es la libertad personal. Probablemente esas inclinaciones no son decididas voluntariamente, pero siempre son libres de decidir no practicarlas para no reforzar esa tendencia.

—¿Y qué contestarías a quienes dijeran que tus ideas sobre este tema son “homófobas”, y que por tanto no deben tolerarse?

Les pediría que rebatan mis afirmaciones. Todos tenemos derecho a sostener lo que nos parezca verdadero u oportuno. Si quieren rebatir afirmaciones científicas han de hacerlo con otras de la misma naturaleza. Si se trata de opiniones o juicios de valor, tendrán que oponer otros. Pero no la intolerante exigencia del silencio o de la rectificación forzosa. Porque hay mucho progresista cazador de brujas que quisiera quemar en una pira pública todo lo que no coincida exactamente con sus dogmas sobre el tema, pero la libre investigación científica y la libertad para expresar valoraciones y opiniones no pueden quedar limitadas por los prejuicios ideológicos, por más que estos se enmascaren con el ropaje de la dignidad ofendida.

Me llama la atención que quienes defienden, por ejemplo, la castidad o la fidelidad conyugal tengan que sufrir, en nombre de la tolerancia, todo tipo de ataques o de burlas, y sin embargo no se pueda opinar en otro sentido dentro de este tema. Parece que no puede hablarse sobre aquellos a quienes el “progresismo oficial” otorga la condición de agraviados. Es una curiosa “tolerancia unidireccional”, por la que unos pueden atacar pero nunca ser atacados. Al final es un simple un problema de libertad de expresión, pues dictaminar qué se puede o no defender públicamente es siempre un atentado contra la libertad de expresión, y la reducción del adversario al silencio es siempre síntoma de debilidad intelectual.


La actitud de la Iglesia

—¿Y por qué la Iglesia católica parece tan dura y poco comprensiva con los homosexuales?

Creo que no es así. Es la misma sociedad la que, en muchas épocas y ambientes, ha sido dura y poco comprensiva con el homosexual. A veces los católicos se han contagiado de esa mentalidad, pero la Iglesia católica insiste en que esas personas deben ser acogidas con respeto y delicadeza, y que ha de evitarse respecto a ellas todo signo de discriminación injusta.

Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 2357-2359), las inclinaciones homosexuales son objetivamente desordenadas, y por tanto es inmoral realizarlas, pero el homosexual como persona merece todo respeto. Esas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.

Es cierto que un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas, y que no eligen su condición homosexual, sino que ésta constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. La acción pastoral de la Iglesia con estas personas –señala el teólogo Georges Cottier– ha de caracterizarse por la comprensión y el respeto. Con frecuencia se les ha hecho sufrir como consecuencia de actitudes que son más bien fruto de prejuicios que de auténticos motivos de inspiración evangélica. Tienen que sentirse miembros de pleno derecho de la parroquia, y para ellos vale la misma llamada a la santidad del resto de los demás hombres y mujeres. Hay que tener siempre presente la maternidad de la Iglesia, que ama a todos los hombres, también a aquellos que tienen pequeños o grandes problemas.

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